Descripción
La gran obra lexicográfica que anunció el Estudio de Filología de Aragón a comienzos del siglo veinte, que iba a tener por título Diccionario aragonés y se creía abandonada en su fase inicial, se descubre, casi una centuria más tarde, en un manuscrito conservado en la Real Academia Española con la signatura 32-D. Ahora se sabe que Juan Moneva y Puyol, director del Estudio, se resistió a que el impulso con que nació la citada institución se desvaneciera por completo. Por eso, con los materiales acopiados por el Estudio elaboró el Vocabulario de Aragón, que viene a ser una versión preliminar del citado Diccionario aragonés, y lo presentó a un premio convocado por la Academia. La presente edición va a permitir a la Filología Aragonesa disponer de un documento de singular importancia por su caudal informativo y por su fecha de elaboración, en torno a 1924, cuando la investigación lingüística sobre el espacio aragonés apenas había dado sus primeros pasos.
Juan Moneva y Puyol
Venta de Pollos -Valladolid-, 1871
- Zaragoza, 1951
Juan Moneva, descendiente por vía materna de Josef de la Hera, carpintero y héroe de los Sitios, fue desde 1903 y hasta 1941 catedrático de Derecho Canónico en la Facultad de Derecho de Zaragoza y presidente del efímero Estudio de Filología de Aragón. Antes de estudiar Leyes se licenció en Ciencias Físico-Químicas y llegó a ser presidente del Colegio de Químicos de Zaragoza. Fecundo escritor y dueño de un estilo arcaizante muy característico, fue autor de obras muy celebradas entre la alta burguesía zaragozana, clase social entre la que siempre quiso vivir —pues fue hombre conservador en extremo— a pesar de proceder de una humilde familia de empleados. Su primer libro fue su tesis doctoral
Derecho obrero, publicada en 1895, al que le siguieron muchos otros como
El clero en el Quijote (1905),
Primores ciudadanos (1920),
Introducción al Derecho Hispánico (1925),
Gramática castellana (1925),
Los retratos que pintó Goya (1927),
Paremias (1933),
El silencio (1935) o
Comerciantes de altura (1945). Al año siguiente de su muerte, un grupo de amigos y admiradores costeaban la edición de sus
Memorias, quizá el mejor y más interesante de sus libros, por el que desfilan muchos de los más conocidos personajes aragoneses de la época.
Fue hombre de gran personalidad, hábil y cáustico polemista y muy popular en su ciudad.
Aragón fue una de sus grandes pasiones y se le consideró siempre una de las voces más representativas y autorizadas del aragonesismo conservador (Es ya legendaria su conocida frase de que le hubiera gustado ser carabinero en la frontera de Ariza). Gran defensor del derecho foral, presidió ya jubilado el Consejo de Estudios de Derecho Aragonés y pudo así presidir la Comisión Ejecutiva del Congreso Nacional de Derecho Civil celebrado en Zaragoza en 1946, su última gran actuación pública.
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