Descripción
«Ya con los machos en la calle, mi hijo mayor entornó una hoja de la
gran puerta. Yo volví la otra e hice girar por dos veces la llave, y
aún la empujé para comprobar si quedaba cerrada.
–¡Adiós, casa, adiós! Venga, vámonos –pensé, porque no tuve fuerzas para decirlo.
Dentro
quedaron sesenta años de mi vida, de entradas y salidas, de sueños
compartidos, de cuentos, de planes alrededor del hogar… La entereza de
mi madre me dio la fuerza para seguirla, dar media vuelta y marchar
calle abajo, como una silenciosa procesión, sin volver la vista atrás,
con tristeza contenida, apretando los dientes con rabia, por tener que
abandonar la tierra que nos vio nacer.»
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